En las charlas que mantenemos con personas que viven próximas
a morteros originarios, es frecuente escucharlos sorprendidos no solo por el
esfuerzo que ha supuesto su realización sino también, por la terminación de
calidad que poseen. Los actuales serranos admiran estos objetos más allá del
carácter arqueológico: ya no hay gente en el campo que sea capaz de horadarle a
la plancha de granito cavidades con tal profundidad y acabado. Hay tal vez en
esto, una añoranza por los tiempos en donde la voluntad, el esfuerzo y la
destreza eran valores caros para la comunidad.
La función mas difundida del mortero (tacana en quechua
santiagueño) es la de ser receptáculos para la molienda de granos. También han
sido utilizados para almacenar agua, conservar alimentos, elaborar pigmentos y hay
una teoría dando vueltas de que pueden haber cumplido la función de ojos de
agua para la observación estelar. Un testimonio reciente, nos habla de personas
que realizaban pronósticos de lluvias y sequías basados en la acumulación del
agua que se estancaba (lo mismo sucedía con las represas)
Pero lo que siempre nos ha llamado la atención, es que
muchas personas coinciden en la creencia de que “antes las piedras eran
blandas” y esa plasticidad de la roca permitía a los aborígenes realizar sus excepcionales
morteros.
Sobre esta explicación popular –ante el desconocimiento de
la técnica- que intenta resolver el pesado interrogante de “¿cómo pudieron los
indios en esos tiempos lograr tan perfecta perforación en la roca?” en un
primer momento nos inclinábamos por cierto sesgo de subestimación hacia las
culturas originarias, como suele pasar por ejemplo, en la explicación popular
de Topónimos que rozan lo ridículo, forman parte del folklore y navegan en la
oralidad. Pero el criollo ni hace énfasis en una posible falta de habilidad del
indio (todo lo contrario, en el imaginario campesino consideran a las personas
originarias y por extensión “a los viejos de antes” como “gente guapa que se
daba maña para todo y hacían trabajos hermosos”) ni en una supuesta precariedad
de las herramientas porque siempre aclaran, que hoy en día con la tecnología
existente sería muy difícil lograr semejante acabado en la roca. En este punto
del análisis y sin más, muchos campesinos pasan a comentar lo que escucharon de
sus ancestros: que antes las piedras eran blandas.
Hace tres años, en una visita que le hicimos a Jesús López Suarez
(director del Archivo de la Tradición Oral del Museo del Pueblo de Asturias,
con una trayectoria de más de 30 años como recopilador de tradiciones orales y autor
de numerosas publicaciones) nos habla sobre la Leyenda de la Yerba Cabrera, un
relato que él mismo recopiló en la Sierra de Caniella (Asturias) y que su
entrenado olfato, le advirtió que debía desandar la huella de esa leyenda por su
peculiaridad. Lo que le siguió supera
cualquier ficción y en todo caso, materia para una novela histórica.
Concluyendo para no matar la sorpresa solo diremos que Jesús
encontró en los textos históricos huellas y antecedentes de esa versión
recopilada en Asturias –que habla de un
pájaro y una hierba capaz de ablandar las piedras- en toda España, la Antigua Roma, hace 3.000
años en la India, en el Imperio Incaico, la Nación Mapuche y en la cosmovisión
de un pueblo amazónico entre otras culturas y pueblos en diferentes momentos
históricos.
La creencia en las sierras de Córdoba de que los morteros se
hicieron cuando las piedras eran blandas ¿será un eslabón de aquella
apasionante historia?
Agradecidos a Jesús por su generosidad en compartir el
material, adjuntamos el link para visualizar y descargar gratuitamente en PDF su extensa e imperdible
investigación.
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